viernes, 6 de febrero de 2015

Cinco años después...


Cinco años, un ascenso, dos relaciones serias, y unas cuantas sin definir después, volví a verla.
Como un rayo de sol cuando te levantas con los ojos medio cerrados, me quemó su silueta en la otra punta de la mesa.
Exactamente diez metros, quince personas, y un motón de copas de vino, tapaban esa sonrisa que se tatuó en mi subconsciente a todo color un día cualquiera, en un pasillo cualquiera, de ese inmenso edificio en el que trabajaba.
Solo fueron diez minutos y algunos segundos que seguro perdí entre decidir si sus ojos me daban miedo, o me atraían. Quizás las dos cosas a la vez, juntas y revueltas.
Solo un café, creo recordar que era un 16 de diciembre, serían sobre las once, estábamos a unos veinte grados en ese pasillo, y el café estaba demasiado caliente…

Esa extraña sensación de recordar a alguien sin saber de su existencia recorría mi cuerpo de arriba a bajo. Había sido real? Ese café compartido por culpa de, o gracias a esa maquina infernal que solo funcionaba cuando le apetecía, realmente había sucedido?

Des de ese día y ya al final por simple costumbre, me tomaba un café en esa misma maquina, de ese mismo pasillo, a esa misma hora. Pero nunca la había vuelto a ver, ni cuando me paseaba por las diferentes plantas del edificio con la escusa de que estaba buscando al subdirector, que siempre iba de arriba a bajo controlándolo todo.

No podía evitar mirarla a través de la gente, como movía sus manos cuando hablaba de cosas que no podía entender por la distancia, pero que imaginaba y moldeaba a mi antojo.
Que cobarde y adictivo era observarla des de esa posición tan sumamente confortable.

Me preguntaba si en su subconsciente existiría una imagen de mi, como yo tenia la suya en el mío. Yo no había dejado de buscar su imagen en todos los pasillos, en todas las cafeterías de esa ciudad. Algunas mañanas incluso me aventuraba a buscar su rostro en la chica que se despertaba al otro lado de la cama tras una noche larga de deseo.

Llegué a pensar que su imagen había sido modificada en mi cabeza a lo largo de esos mil ochocientos días, imprimiendo en ella mis deseos mas ocultos. Quizás simplemente fuera una chica corriente, una chica de esas que puedes encontrarte en cualquier cola del supermercado, en la cafetería de la esquina, o en una barra de bar un viernes a las doce.

Pero no, cada centímetro de su rostro era exactamente como yo lo había recordado todo ese tiempo.

Recuerdo como el corazón me iba a una velocidad que me costaba calcular, la temperatura de esa sala subía a cada segundo. Empecé a acalorarme, me levanté, dos de mis compañeras me miraron extrañadas, una me cogió de la mano.

-        - Estas bien?
-        - Si, solo tengo un poco de calor, voy al baño un segundo a refrescarme.
-        - Quieres que te acompañe?
-        - Tranquila, estoy bien. Enseguida estoy con vosotras.

Camine por ese largo pasillo, pase por delante de las siete puertas que había antes de la del baño. En la puerta había dos siluetas de mujer, dos… Me pareció curioso, pensé en eso que dicen que las mujeres nunca van solas al baño, en si era ese el motivo de poner dos siluetas en lugar de una, como era la costumbre. Sonreí y entré. El baño era alargado, había un espejo enorme, cuatro grifos, cuatro compartimentos… Me senté en la taza de váter del tercer compartimento empezando por la izquierda, cerré la puerta e intente respirar tranquila y normalizar  ese corazón galopante.

No sé exactamente cuanto tiempo me quede allí dentro, solo sé que el ruido de la puerta me saco de ese estado meditativo en el que estaba. Tiré de la cadena, aun que no había usado el váter para nada. Abrí la puerta y entonces la vi. Se estaba mojando la cara, como si hubiese sentido ese mismo calor que había conseguido marearme a mi. Me acerque, abrí el grifo del otro extremo de donde ella estaba. Me moje la cara, lentamente, tratando de ganar tiempo para decidir que hacer. Levante la cabeza y sus ojos se clavaron en mi igual que ese día cuando levante la cabeza después de coger el café. No supe que decir, simplemente la miré, la miré como me hubiese gustado hacerlo esos cinco años.

Ella se seco la cara y las manos sin dejar de mirarme, yo no fui capaz de mover ni un milímetro de mi cuerpo. Paso por detrás de mi, cerca, muy cerca, tan cerca que su perfume me inundo los pulmones y su aroma se me hizo familiar, como si la hubiese olido toda mi vida. Pasó tan cerca que su cuerpo rozó el mío, y su mano me acarició la espalda sutilmente paralizándome aun mas.

- Tenemos que repetir ese café.

Dijo en un susurro... Un susurro que me llego dentro a gran velocidad y retumbo en mi como el gran final de percusión de un concierto de música clásica.

Y salió de allí, sin decir nada mas, sin hacer nada mas, sin dejar migas de pan en el suelo para que la siguiera. Solo una sonrisa antes de cerrar la puerta.