Cinco años, un ascenso, dos relaciones serias, y unas
cuantas sin definir después, volví a verla.
Como un rayo de sol cuando te levantas con los ojos medio
cerrados, me quemó su silueta en la otra punta de la mesa.
Exactamente diez metros, quince personas, y un motón de
copas de vino, tapaban esa sonrisa que se tatuó en mi subconsciente a todo
color un día cualquiera, en un pasillo cualquiera, de ese inmenso edificio en
el que trabajaba.
Solo fueron diez minutos y algunos segundos que seguro
perdí entre decidir si sus ojos me daban miedo, o me atraían. Quizás las dos
cosas a la vez, juntas y revueltas.
Solo un café, creo recordar que era un 16 de diciembre,
serían sobre las once, estábamos a unos veinte grados en ese pasillo, y el café
estaba demasiado caliente…
Esa extraña sensación de recordar a alguien sin saber de
su existencia recorría mi cuerpo de arriba a bajo. Había sido real? Ese café
compartido por culpa de, o gracias a esa maquina infernal que solo funcionaba
cuando le apetecía, realmente había sucedido?
Des de ese día y ya al final por simple costumbre, me
tomaba un café en esa misma maquina, de ese mismo pasillo, a esa misma hora.
Pero nunca la había vuelto a ver, ni cuando me paseaba por las diferentes plantas
del edificio con la escusa de que estaba buscando al subdirector, que siempre
iba de arriba a bajo controlándolo todo.
No podía evitar mirarla a través de la gente, como movía
sus manos cuando hablaba de cosas que no podía entender por la distancia, pero
que imaginaba y moldeaba a mi antojo.
Que cobarde y adictivo era observarla des de esa posición
tan sumamente confortable.
Me preguntaba si en su subconsciente existiría una imagen
de mi, como yo tenia la suya en el mío. Yo no había dejado de buscar su imagen
en todos los pasillos, en todas las cafeterías de esa ciudad. Algunas mañanas
incluso me aventuraba a buscar su rostro en la chica que se despertaba al otro
lado de la cama tras una noche larga de deseo.
Llegué a pensar que su imagen había sido modificada en mi
cabeza a lo largo de esos mil ochocientos días, imprimiendo en ella mis deseos
mas ocultos. Quizás simplemente fuera una chica corriente, una chica de esas
que puedes encontrarte en cualquier cola del supermercado, en la cafetería de
la esquina, o en una barra de bar un viernes a las doce.
Pero no, cada centímetro de su rostro era exactamente
como yo lo había recordado todo ese tiempo.
Recuerdo como el corazón me iba a una velocidad que me
costaba calcular, la temperatura de esa sala subía a cada segundo. Empecé a
acalorarme, me levanté, dos de mis compañeras me miraron extrañadas, una me cogió
de la mano.
- - Estas bien?
- - Si, solo tengo un poco de calor, voy al
baño un segundo a refrescarme.
- - Quieres que te acompañe?
- - Tranquila, estoy bien. Enseguida estoy
con vosotras.
Camine por ese largo pasillo, pase por delante de las
siete puertas que había antes de la del baño. En la puerta había dos siluetas
de mujer, dos… Me pareció curioso, pensé en eso que dicen que las mujeres nunca
van solas al baño, en si era ese el motivo de poner dos siluetas en lugar de
una, como era la costumbre. Sonreí y entré. El baño era alargado, había un
espejo enorme, cuatro grifos, cuatro compartimentos… Me senté en la taza de
váter del tercer compartimento empezando por la izquierda, cerré la puerta e
intente respirar tranquila y normalizar
ese corazón galopante.
No sé exactamente cuanto tiempo me quede allí dentro,
solo sé que el ruido de la puerta me saco de ese estado meditativo en el que
estaba. Tiré de la cadena, aun que no había usado el váter para nada. Abrí la
puerta y entonces la vi. Se estaba mojando la cara, como si hubiese sentido ese
mismo calor que había conseguido marearme a mi. Me acerque, abrí el grifo del
otro extremo de donde ella estaba. Me moje la cara, lentamente, tratando de
ganar tiempo para decidir que hacer. Levante la cabeza y sus ojos se clavaron
en mi igual que ese día cuando levante la cabeza después de coger el café. No
supe que decir, simplemente la miré, la miré como me hubiese gustado hacerlo
esos cinco años.
Ella se seco la cara y las manos sin dejar de mirarme, yo
no fui capaz de mover ni un milímetro de mi cuerpo. Paso por detrás de mi,
cerca, muy cerca, tan cerca que su perfume me inundo los pulmones y su aroma se
me hizo familiar, como si la hubiese olido toda mi vida. Pasó tan cerca que su
cuerpo rozó el mío, y su mano me acarició la espalda sutilmente paralizándome
aun mas.
- Tenemos que repetir ese café.
Dijo en un susurro... Un susurro que me llego dentro a gran velocidad y
retumbo en mi como el gran final de percusión de un concierto de música clásica.
Y salió de allí, sin decir nada mas, sin hacer nada mas,
sin dejar migas de pan en el suelo para que la siguiera. Solo una sonrisa antes
de cerrar la puerta.
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